La lucha de las mujeres por salvar la brecha de desigualdad y ganar reconocimiento en un ámbito que no sea el privado es de larga data, cotidiana y nuestra también, por lo que queremos ser responsables al señalar por qué es importante centrar la atención en la educación nutricional de las mujeres sin que eso signifique ratificar la cocina como “su lugar”.   

En nuestro país la mala nutrición acarrea graves problemas de salud. Según la Encuesta Demográfica y de Salud Familiar (ENDES) 2016, el 13% de niños y niñas menores de cinco años sufre de desnutrición, cifra que ha disminuido considerablemente en los últimos años, alcanzando aún altos índices en los departamentos más pobres como Huancavelica (33.4%) y Cajamarca (26%). No obstante, así como la tasa de desnutrición ha descendido la malnutrición parece ganar cada vez más terreno; es así que la anemia alcanza los 43.5% en menores de tres años y el sobrepeso y obesidad en mayores de quince años, el 35.5% y 18.3%, respectivamente, debido al incremento del consumo de “comida chatarra”.

Según la encuesta de IPSOS del 2016, dos millones y medio de mujeres de Lima Metropolitana, ya fuese trabajando sólo en el hogar o también fuera de este, son las encargadas de determinar qué alimentos se consumen dentro de la familia.

¿Qué se puede hacer frente a esta problemática? Pues, educar siempre es la mejor opción y educar a las mujeres puede generar un verdadero cambio en la alimentación de toda la familia, no debemos olvidar que somos las mujeres las que en mayor cantidad no solo preparamos los alimentos sino que decidimos qué se come en nuestras casas, como lo demuestra la encuesta realizada por IPSOS en el 2016 para medir el perfil del ama de casa en Lima Metropolitana, en ella se obtuvo como resultado que eran dos millones y medio de mujeres las que cumplían esta labor, ya fuese que trabajaran exclusivamente en sus hogares o que también lo hicieran fuera de ellos; eran ellas las encargadas de determinar, entre otras cosas, qué alimentos se consumirían.

Pero, es necesaria una educación que se enfoque y se ajuste a nuestra economía, que explote al máximo la gran cantidad de alimentos que casi no se consumen porque no se conocen, que nos permita administrar nuestro dinero para lograr una alimentación saludable, especialmente en un país como el nuestro con una gran diversidad de alimentos de producción local que facilitan su acceso y abaratan su costo; así podríamos evitar que si se incrementan los ingresos de nuestras familias solo gastemos más en comida, no por eso nos alimentemos mejor.

Educar a las mujeres en nutrición es también una forma de empoderarlas si apostamos por una educación con enfoque de género que se convierta en herramienta para combatir una serie de prejuicios enraizados en las propias mujeres en torno a la alimentación (por ejemplo, en torno a la distribución de los alimentos en la familia aún existe la idea de que “los hombres comen más”, ya sea porque lo necesitan para saciar su hambre o porque al ser los proveedores deben estar bien alimentados), que ponga en relieve su situación de desigualdad y que la haga asumirse con como un agente de cambio no solo frente a la alimentación suya y de su familia, sino que las inste a romper con la perpetuación de roles de género que las ha relegado a la cocina, transmitiendo su conocimiento culinario (ese que seguramente le legó su madre) a su hija y también a su hijo, apuntando a que la alimentación, así como la cocina, ya no sea solo cosa de mujeres.

Katty Reyes

Redactora Muna&Co

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